lunes, 8 de junio de 2015

¡Vade Retro!

El santo levanta su arma-cruz frente al avance de las sombras. Rayos y centellas, cascos desparramados por el suelo (se puede imaginar que aún portan sus cráneos, labios, ojos, cuero cabelludo). Este santo, que viste una corta falda y que en su mano izquierda agita una portentosa pluma (¿abanico para el estío?), se torna femenil. En sus pies, botas talabarteras, y en su espalda una larga capa que nace en los hombros y llega, casi, hasta las pantorrillas.
Pero el santo, entronizado en una puerta entreabierta, esta rodeado de objetos modernos: un pasador portacandados, un ventilador aparentemente detenido, se adivinan sillas, heladeras mostrador... ¿un antiguo bar?... ¿una fiambrería?
Imposible adivinarlo. Y en la otra imagen, también sombras. Y el brillo de una TV.
Una espalda, también femenil. Soledad y silencio... pero no de camposanto.
Las grietas que atraviesan la pared y el rodete: una metáfora de ese devenir, inasible devenir, superfluo devenir, idiota, cruel, imparable, insignificante devenir.
Si la vida es un campo de batalla, entonces gana el santo.
Y si no lo es, entonces triunfa el misterio mayor.
Vivir, a fin de cuentas, es conectar imágenes con un hilo siempre subjetivo, aparente e inexplicable.
Como todo.


miércoles, 3 de diciembre de 2014

La bandera y los saurios


Idolatrada, esplendorosa, ostentando sublime majestad, llevando los colores del cielo y en su centro el de la estrella, ese Febo que asoma e ilumina a la otrora patria esclavizada; esa estrella, amarilla estrella, que brilla mejor en nuestro suelo y sobre nuestras cabezas, porque Dios es Argentino, y es de Boca, también; y ese Dios ha inspirado a nuestros hombres patrios, nuestros mejores hombres patrios, a girar los cañones hacia dentro y apuntar hacia dentro y a gritar: ¡fuego!, y éso en el mejor de los casos, porque, cual saurios desesperados, cual dinosaurios extinguidos, reprimidos y olvidados, nuestros hombres del pasado se han esfumado, nuestros hermanos y nuestros amigos, cual fantasmas, cual espectros, desaparecidos por ellos, hombres de la patria, inspirados por ese sol y por esa bandera, y nuestros hijos han caído desde el cielo, del mismo color azul y blanco, y han hundido sus esperanzas -y las nuestras- en el fondo del mar, o en el Río de la Plata, han volado narcotizados en sus aviones patrios, los Hércules de Dios, y, en un instante, han caído desde lo alto, o los empujaron, les abrieron el vientre en canal y los obligaron a dar un paso al frente, o sea al vacío, y los desaparecieron como desaparecieron los antiguos dinosaurios hace sesenta y cinco millones de años, una tragedia, y nadie sabe donde están, y nadie sabe si volverán, nadie sabe ni siquiera el porqué.
O, mejor dicho, si sabemos el porqué: por el neurótico amor obsesivo a ese dios asesino y a esa bandera de mierda.
Amén.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Alimento autoengaño


El escenario no es el mismo, tampoco los seres vivos. El aire, que todo lo rodea sobre la delgada corteza del globo, cambia la temperatura de la luz... y también la estrella, que gira y gira y gira y luego se escapa hacia el otro mundo. La estrella ya se fue y llega la noche a la misma velocidad de siempre, con ese pequeño y perfecto atraso de ocho minutos de distancia. Luego las luces de escena iluminan a los actores que, presto, pasan como pasan las sombras de los espectros. Un espectro, tres espectros, un millón de espectros, un planeta espectral flotando en un lejano suburbio de una perdida galaxia en espiral. Más tarde la irrealidad material, el automóvil y el follaje, el aire y el color, las amigas y la playa, crean ese efecto tan común como engañoso: somos verdaderos, somos necesarios, amorosos, ciertos... pero todo fluye desde la nada y se dirige hacia la nada, nada ni nadie es imprescindible, ni usted, ni yo, ni siquiera la estrella que convierte, desde su estable secuencia principal, la materia inanimada en respiración y pensamiento. Pensamos y nada más. Sufrimos y nada más. Gozamos y nada más. Y necesitamos el autoengaño como necesitamos el nutriente: somos importantes, somos únicos, los reyes de lo creado, somos seres humanos, somos...

domingo, 29 de junio de 2014

La interrupción

 Uno acechó desde arriba del muro chicoteando su cola y el otro hundió su hocico en el pasto con sus orejas alertas. Bajo la noche los ojos del primero brillaron de manera exagerada mientras que el segundo iluminado por un cielo aborregado dio vuelta su cabeza ante la vista de un extraño. Los dos animales estuvieron en guardia durante ese instante interminable en que vibró el suelo producto de los pasos humanos. Luego continuaron su vivir sin contradicción.


Los que vigilan en las sombras



Los chicos no. Vigilamos, estamos detrás de ellos... con los chicos, no.
Mientras tanto se han colado unas cuantas bombas atómicas... dos han detonado, dicen.
El pikadón fue sexo, un miembro descomunal penetrándolo todo a un millón de grados de temperatura.
Pero no son ellos, los niños no. Nunca con los chicos.
Los pesticidas navegan los ríos hasta llegar a la canilla de la cocina... ruido, cemento, asma, microondas, cáncer, idiotez mental; el sol oscila con una vibración de fondo que es claramente malsana.
Nosotros despejaremos la tierra para ellos.
Tenemos armas, tenemos fuego y toneladas de culpa que arrojaremos como dardos. Tenemos un dios y un antidios, y tenemos el fútbol.
Navegamos por el espacio-tiempo cargando a nuestros niños rumbo a la total disolución... no quisiéramos, no quisiéramos...

lunes, 21 de abril de 2014

Líneas paralelas


La rabia detrás del hierro, la desolación detrás del vidrio... y el tiempo. Carne que explota en su demencia de encerrona y que pretende desgarrar ese objetivo que es, también, una trampa. Debajo, esas otras líneas de metal -y que podrían ser sus ojos- aparecen infinitas mientras aguantan toneladas de cuerpos, de cables, de piernas y gargantas anónimas rumbo a la diaria disolución... esa disolución que ignora el grito y que sucede porque así es la regla, la regla del río del tiempo y de lo inexplicable de la vida, ese río que es el todo y es la nada, la respuesta y la pregunta que, para siempre, quedará sin posible explicación.
De todos modos... no interesa.
El mundo funciona así, sin reglas. Y de ese modo es convertido en una oscura, bella, trágica y autista contradicción.

domingo, 16 de marzo de 2014

El camino


Olvidó su casa. Olvidó su origen y  su sexo y comenzó a deslizarse entre la luz y la sombra que rodeaba su existencia. Sin un lugar a dónde llegar, ni consciencia sobre su muerte sólo le bastaba una superficie lisa y extendida para circular. La velocidad no importaba ya que no percibía el paso del tiempo. Sólo sentía que el mundo era suave y le contenía hasta que inesperadamente vio su sombra. En ese momento se detuvo y dudó.